domingo, 3 de agosto de 2014

Navegar


I

La redacción es un pozo del que todos quieren salir. Todos dicen ésto está podrido. Y luego, de forma consiguiente, aparece el desafío de que hay que salir antes de que explote todo. No hay tantas variaciones a esas frases que se repiten en los pasillos, en algunos chats secretos y en la entrada del edificio cuando entre los fumadores se acaban los temas de conversación.

Cuando alguien me dice que la redacción es un pozo se elabora en mi cerebro una imagen extraña. Imagino el pozo como una bolsa de consorcio extremadamente larga donde las paredes son sucias y pegajosas pero firmes, todos estamos sumamente apretados y nunca dejamos de mirar hacia arriba donde se ve un orificio amplio y lejano con un dignísimo cielo celeste.

La metáfora es prolija. Si explota el pozo todos nos quedamos atrapados para siempre. Y cualquier cosa que sea para siempre es malo. Entonces hay que salir, como sea. Muchos lo lograron. Otros hace 10 años que permanecen en el intento. La jugada siempre es individual. Porque para poder salir es necesario hacerla de callado, no levantar la voz.

II

Trabajar los fines de semana es la muerte; con todas sus connotaciones artificiosas posibles. La llegada a la redacción siempre es maldiciendo. Al patrón, a Dios, al destino, a los fondos buitres, a Gerardo Rozín, a quien sea. Y siempre es con resaca.

A las nueve de la mañana ya hay medialunas. Esto se logró a raíz de un reclamo gremial. Hoy las medialunas están buenas, sabrosas, no como lo están generalmente. Seguro se cambió de panadería o mi apetito perdió el poder de degustación. Todo lo que se gane a raíz de un reclamo gremial es bueno.

El clima laboral es distendido. Al menos al mediodía. Nadie habla, todos están concentrados trabajando. O mejor dicho: haciendo que trabajan, porque las noticias bajan su densidad y la inmediatez no tiene el mismo calibre de la mañana. Entonces comienzo a navegar; y cuando digo navegar me refiero a dejarme llevar por el mar colorido de la web esperando que pase el tiempo. Quizás esta sea la única forma de aprehender datos que jamás buscaría si estuviera consciente.

Y navegando descubro cosas. Cosas fascinantes que duran en el pensamiento un día, a lo sumo dos. Luego se van. Principalmente por su intrascendencia a la hora de modificarnos la vida. Mi teoría es que esas cosas quedan guardadas en un rincón húmedo de la memoria. Nunca salen, están ahí, juntando mugre. Pero ayudan a comprender mejor el mundo o, al menos, a conocer que hay vida en los lugares inútiles del planeta.

III

Empiezo en la política: 96 muertos en China por un ataque a una comisaría. Apa, ¿tanto? Hay una zona conflictiva, la región musulmana de Xinjiang, donde hace años se hinca la idea separatista de la comunidad uigure. El Congreso Mundial Uigur dijo en 2009 que hay 20 millones de uigures estando su gran mayoría en la provincia de Xinjiang. Pero, ¿qué pasó? No se sabe muy bien. Los datos los brindó la agencia de noticias oficial Xinhua: “Una banda armada con cuchillos y hachas atacó una comisaría y oficinas del gobierno”.

El Gobierno chino impone las reglas. El gobierno chino dice que hay 56 grupos étnicos diferentes. La etnia uigur es uno de ellos. El problema con los uigures es que tienen su propio idioma, su propio alfabeto, su propia religión y además quieren tener su propio territorio. Pero el Gobierno chino dice que no. Entonces reprime. Pero como detrás de toda represión física hay una jugada ideológica detrás, el Gobierno busca erradicarlos. En China, la comunidad mayoritaria es la han con un 92% de la población total del país. La jugada es hananizar la provincia, no sólo por medio de la fuerza represiva sino también por la bendita burocracia donde el 35% de los han ocupan un grato puesto en la administración pública.

Los hechos ocurrieron un lunes pero, como el Gobierno chino impone las reglas, fueron informados el sábado. El dedo de la República Popular China apunta a un grupo de liberación llamado Movimiento Islámico del Turquestán Oriental (MITO) que hace varios años lograron que la comunidad internacional (la comunidad internacional se reduce a Estados Unidos y la ONU) los catalogara como terroristas. Hace un mes el Gobierno ejecutó a 16 de sus miembros. El Tribunal Supremo del país lo dictaminó sin ningún problema.

Algunos especialistas dicen que el MITO es en realidad un arma propagandística del Gobierno chino para reprimir uigures y terminar con el fantasma separatista. El saldo que comunicó la agencia Xinhua fue: 59 terroristas y 37 civiles murieron, 13 civiles resultaron heridos y 215 terroristas fueron arrestados. La palabra terrorista se usa de forma compulsiva y mal.

IV

Luego de saciar mi apetito voraz por la política exterior me sumerjo en trivialidades. Claro que la idea de que algo sea trivial es interpretativa. ¿Acaso la historia no es una sucesión de hechos narrados por un vencedor? Y si ese vencedor que narra la historia está haciendo una interpretación selectiva, ¿cómo decidimos catalogarlo de hecho no trivial? ¿No es acaso una ficción más? Sí, eso es ficción. Entonces aparecen ficciones diminutas, intrascendentes, bizarras y graciosamente anecdóticas.

Como la ficción de Betty Jo Simpson, una mujer de 80 años que vive en Jeffersonville, Indiana. Ya no vive porque murió, esa es la noticia. La magnitud de su fama es realmente llamativa. Tenía una cuenta de Instagram donde subía fotos poniéndole onda a su cáncer de pulmón. Y cuando digo onda me refiero a tirar besos, guiñar un ojo, inflar los cachetes, sacar la lengua, levantar los brazos o poner los dedos en V. Todos se enteraron de su muerte cuando en su cuenta, grandmabetty33, apareció una foto de un perro triste sentado en una silla mecedora. El perro se llama Harley, es la mascota de la mujer, y se sobreentiende en su mirada y en el hocico apoyado sobre sus patas que está triste. Quien sacó la foto (67.725 likes, 21.130 comentarios) logró capturar ese momento único de expresividad donde lo que se quiere decir y lo que se está diciendo está en una sintonía casi perfecta.

O como la ficción de Geraldine Jones, que conocer su historia provoca un revoltijo místico en el estómago. Cuando le detectaron cáncer de mama decide hacer una promesa. Como si hubiera una balanza capaz de eliminar una deuda caprichosa. Luego de cuatro años de quimioterapia logró vencer a la enfermedad –nótese el triunfalismo del término vencer- y viajó a una hermosa península llamada Gower, al sur de Gales a cumplir la promesa: galopar en un caballo sobre la arena con el sol en la cara y el viento en el pelo. Pero a veces se producen manifestaciones que parecen estar dotadas de una fuerza supernatural. Geraldine Jones cae del caballo y muere.

O como la ficción del brasileño que gastó más de 50 mil dólares para parecerse a Kent, el muñeco puto de Barbie. O el horrendo orangután que atacó a una estudiante de veterinaria en México. O el hotel hawaiiano que ofrece de atracción turística un denso enjambre de abejas.

V

El sólo hecho de pensar que el promiscuo repertorio de contenido que prima en los grandes medios digitales fue escrito por personas de carne y hueso es aliviador. Aliviador en el sentido que siempre habrá alguien peor. Y cuando digo peor no me refiero a una devastadora hambruna africana o al suspiro de un palestino cuando escucha un estruendo o al mismísimo cáncer, sino al simple hecho de observar detenidamente a quienes ocupan ocho horas de su vida diaria en una actividad que detestan.

La redacción es un pozo y todos queremos salir. Está oscuro acá. Por las mañanas hace un calor húmedo insoportable y por las noches el frío nos congela los pies. No hay música, sólo se escucha el ruido regular de un grillo que se patea el ala cada un microsegundo. Estamos apretados. Muy apretados. Y somos demasiado idiotas como para hacernos piecito y salir.

lunes, 14 de julio de 2014

Destrozos posmundial


I

Prefiero empezar por el final. O, mejor dicho, por el momento exacto en que se desvanece la posibilidad del cambio. Cuando el italiano Nicola RIzzoli pita el final del partido la escena se compone de: 1) la pantalla del plasma sobre el escritorio mostrando una Alemania distinta, contraponiendo esta nueva alegría con la frialdad de su juego, y a Javier Mascherano parado en el centro de la cancha con los brazos en la cintura, mordiéndose el labio inferior y mirando el suelo; 2) un silencio arrollador donde ninguno de los que vimos el partido en ese departamento alfombrado de Recoleta se atrevía a romper; 3) el levantamiento sigiloso de uno de los presentes del sillón para luego agarrar la campera y despedirse levantando apenas la mano con un gesto que solo podía interpretarse como un frío y seco adiós.

Lo que deviene después es una serie de comentarios piadosos y conformistas entre los que nos quedamos a presenciar la entrega de medallas. Un rato después me fui a saludar a un amigo que cumplía años.

sábado, 11 de enero de 2014

Raymond

 
Son las 22:45 de un miércoles. Recién entro a mi casa. Esta semana me cambiaron los horarios así que salgo más temprano de trabajar. Prendo la notebook, abro la ducha y me pongo a ordenar un poco las cosas que tengo tiradas por todos lados: zapatos, facturas impagas, libros, platos sucios, camisas, vasos. Me saco la ropa, pongo música en Grooveshark y entro a bañarme. Siento que suena el timbre así que salgo, todo mojado, a atender el portero. Es Raymond.

 
Mi grupo de amigos de la infancia siempre tuvo la costumbre de inventarle varios sobrenombres a una misma persona. No sé de dónde habrá salido pero la cuestión es que a mí se me pegó incluso con quienes no pertenecen al grupo. Raymond es en realidad Ramiro. Quedó como una norteamericanización de su nombre –si es que tal cosa existe- y además, porque es el nombre de pila de un pensador culturalista de apellido Williams que a ambos nos encanta.

viernes, 22 de noviembre de 2013

La (no) entrevista a Nicolás Cabré


I

Por supuesto que acepto, dije el día que me llamaron por teléfono para anunciarme que había pasado la segunda entrevista laboral. Era una revista de espectáculos, no era muy famosa pero sí emergente. Me puse muy contento: era el primer trabajo que pegaba en un medio luego de tantos call centers.

Mi primera responsabilidad seria era una entrevista. Las primeras semanas sólo fueron notas informativas que conseguía mediante cables: el nacimiento del hijo de una estrella de Hollywood o el nuevo tatuaje de la ganadora del reality del año pasado. La entrevista me parecía peculiar y además entretenida. Nicolás Cabré era un tipo canchero, había laburado en muchos lugares, debía tener unas cuantas anécdotas graciosas.

miércoles, 7 de agosto de 2013

La no escena


La escena
que se conforma
de un diálogo estrambótico
entre una pareja de mediana edad
atrapada en algún canal perdido del trentipico;
la luz borrosa e inconclusa
que se filtra por el vidrio grueso
muy grueso
de la ventana que da hacia afuera;
dos botellas,
una dentro de un vaso grande de telgopor
envuelto en plástico
con insignias que remiten
a la cultura germánica;
el cenicero de tronco cortado
lleno de puchos consumidos
y un logo de goma
pegado en un costado
que dice MIRAMAR
donde la M es un rostro ilusorio;
el olor rancio pero soportable
que exhala el combo de un pasado intenso;
el sonido inquietante
del agua de la ducha
como alfileres
que golpea con slide
la cortina floreada del baño;
los apuntes de Comunicación II
con la cara del militante asesinado
por la mafia estatal
estampada
con una sonrisa
en la hoja que le pone tapa
a la torre serial de papeles;
el paquete de lillos negro
con letras cromadas
sin serif
O-C-B
y al lado
pegadito
con tinta roja y casera
O-NO-C-B.
La escena,
la calma escena,
la sospechosamente calma escena
se modifica,
se transforma
cuando
entre las pelusas,
las migas
y los nudos de pelos
de seres vivos o no vivos
bajo la madera sin barnizar
de una cama recta
brota un estruendo,
un ruido
que sigue,
no se detiene,
polifónico;
la luz
de una pantalla pequeña
que dice
llamada entrante
número desconocido.



domingo, 2 de junio de 2013

La grieta que deja no poder volver el tiempo atrás

El sol en un colador 
entra al mundo por las hendijas de la persiana.
Dos botellas de malbec 
acostadas en el parquet.
Las aletas del ventilador de techo
giran al compás de los latidos.
El brazo estirado en línea recta a la ventana.
La punta del dedo índice roza el mango de un S&W calibre 38.
Y la sangre.

Intenta levantar la cabeza.
Mira a su alrededor,
al resto de la habitación.
Todo ordenado
salvo los vidrios rotos de la ventana,
la ropa contra la puerta
y las botellas atolondradas.

Intenta levantar su cuerpo.
No le responde.
El dolor hipodérmico en la sien,
el piiiii,
la resaca.

No recuerda nada.
Busca en su memoria,
se concentra,
revuelve.

Un vacío negro en el pasado.
Recuerda unos ojos verdes,
una mirada fija,
intimidatoria.
Forcejeo de cuerpos.
Un grito:
¡Puta!
Disparos.
Más disparos.
Recuerda la sensación desesperada
de haber cambiado el destino,
el rumbo natural de las cosas.
Y la grieta que deja no poder volver el tiempo atrás.

Sangre. 
Más disparos. 
Más sangre.

El departamento está inmóvil.
No queda nada con vida.
Intenta levantar su brazo. 
No puede.
Huele el aroma a muerte,
el óxido en el borde de la canilla.
Escucha el goteo en la pileta.
Gota por gota.
Intermitente.
Frunce el ceño,
la vista.
Arruga aún más la mirada.
Presiona los párpados.
Recuerda los gritos.
¡Hija de puta!
Los disparos, la sangre.
Un plan, 
algo, 
rápido.
El cadáver en la bañadera:
la muerte.

El arma manchada de mugre humana,
de deshumanidad,

al igual que su cuerpo.
La desesperación.
El fin.
Un último disparo.
Una bala que resuelva el caos.
Un suicidio.
Pero no.
Algo falla.

El tiempo que tardan las gotas
en desprenderse de la canilla 
hasta estrellarse en el cadáver 
abultado en la bañadera
es el tamaño de su suerte. 
El sonido lento y brutal,
la intermitencia como un latido que nunca se acaba, 

como un reloj permanente.
La soledad del ambiente, 
la inmovilidad, 
el mundo desde el suelo,
las manchas de sangre en el parquet,
la voz que no sale, 

no puede pedir ayuda
ni volver el tiempo atrás.
El revólver a 3 centímetros de la mano derecha.
Basta con moverse para terminar la escena.
Pero no,
no se puede mover.

La vida es un absurdo que se deshace en la garganta de la soledad.

miércoles, 10 de abril de 2013

El hueco del abrazo


Una mano que brota de la tundra 
me arranca del navío.
Hoy me toca volver.
Volver a lo impredecible.

El devenir permanente de la espera.
El tiempo sin tiempo.
La máscara antihumo en la ciudad.
El extrañamiento del paisaje.
La lluvia es un te lo dije, lento y brutal.
La paciencia forzada.
Especular posibilidades.
Sacar cuentas, regatear, por favor.
La probabilidad del desastre.
El fantasma del fracaso.
El gusto amargo del tal vez.
La derrota por metonimia.
Las señales del ya fue.
Un TL inmóvil.
Ni ganas de escribir.
La revancha injusta.
La foto de perfil.
El hueco del abrazo.
El miedo a que el miedo no se vaya.

Volver a mirar el mundo.
Volver a ponerme los ojos tristes.
Volver a lo inestable.
Volver a leer las pesadillas.
La duda, sin certezas, el porrazo.
Volver a dudar.
Volver a perder.
Volver a volver.

El eterno anuncio del fin del mundo.
La espera y volver a esperar.
El socorro que se atraganta.
Volver a aprender.
Aprender a aguantar.
Aprender a inventar un mundo violeta.
Aprender a esperar.
Aprender a aprender.

Nada puede ser peor. Todo puede ser peor.

Es temprano aún. Falta mucho.
¿Cuánto?
Ok, Andrés. Ya es tarde.
Andá.
Volvé a volver. Volvé a aprender.
No te voy a matar.
Todavía no.
Soy más cruel.
Prefiero regalarte el horror:
La incertidumbre.